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Periodismo cultural

Periodismo cultural

Por Ignacio Echevarría 
Extracto del artículo publicado el 24/09/2010- Boletín El Cultural periódico EL MUNDO.

Una institución cualquiera invita a un escritor más o menos célebre a dar una charla. El contenido del acto no es otro que el de la charla misma, que por los motivos que sea despierta -o debería despertar, se juzga- alguna expectación. Poco antes de impartirla, el escritor es reclamado por un periodista que le solicita unos pocos minutos para entrevistarlo. El escritor accede y lo primero que el periodista le pregunta es: “¿De qué va a hablar usted?”. O bien: “¿Puede resumirme el contenido de su charla?”.

La réplica natural, por parte del escritor, sería: “¿Por qué no se queda usted y lo averigua por sí mismo?”. Pero a estas alturas ya cualquiera supone las razones: el periodista en cuestión va muy apurado de tiempo, es probable que tenga que acudir a toda prisa a otro acto de similares características, y de lo que se trata, en definitiva, es de dejar constancia del evento, en la forma que sea. Esta situación es muy común. Hay una variada gama de actos culturales de los que la prensa ofrece ocasionalmente reflejo sin acudir propiamente a ellos. Se limita, en tales casos, a registrarlos y darles algún eco, en atención no tanto al interés real de los lectores como al empeño de los organizadores o, más exactamente, a la insistencia de sus responsables de comunicación.

“Pásate por ahí”, le dicen en la redacción al periodista de turno. Así se lo han prometido al correspondiente jefe de prensa. Ya luego se verá qué hacer con el material, si es que queda algún espacio.

Quienes acuden con alguna asiduidad a conferencias, mesas redondas o presentaciones de libros tienen comprobado que, en la mayor parte de estos actos, los periodistas brillan por su ausencia. Lo que acerca de estos actos pueda publicarse en la prensa no es resultado de la asistencia al acto mismo y de la posterior evaluación de su interés efectivo, sino que constituye una acción paralela, que lo “cubre” sucedáneamente.

El problema reside en el sometimiento creciente de la actividad cultural a su eventual proyección en la prensa, que conlleva la progresiva desustanciación -y consiguiente devaluación- de esa actividad. Es su reflejo en la prensa, y no el acto mismo, lo que determina el sentido de éste. Y dado que la prensa, como va dicho, ha resuelto desentenderse del acto en cuestión, éste adquiere una condición fantasmática, paradójicamente residual, patente a menudo en la desolación reconocible en los rostros de sus organizadores y de sus protagonistas cuando, pese a la digna concurrencia de unos cuantos espectadores, el jefe de prensa declara, consternado: “¡No ha venido nadie!”.

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